Por Carolina Montes. Psicóloga y terapeuta
Si alguien me preguntase, en qué momento de mi vida adulta, ésta fue dando un giro de 180 grados para que pudiera ampliar la visión que tenía sobre mí y el mundo, la respuesta sería: al convertirme en madre, sin dejar de ser hija.
Este ‘sin dejar de ser hija’ tiene más relevancia de lo que parece en un tiempo donde el protagonismo recae en el visible hecho de ser madre. No obstante, si hay un periodo en nuestra vida adulta en el que más fácilmente pueden venir a visitarnos emociones y sensaciones del bebe, niñ@ o joven que fuimos, éste es al entrar en relación con nuestros hijos y parejas.
Y es que la maternidad y la paternidad pone en marcha un casi invisible proceso de recuperación de memorias del pasado personal y transgeneracional, que pueden irrumpir en nuestro presente, haciéndonos a veces sentir o actuar de formas que no esperábamos o entendemos.
Dicho de otra forma, al ser padres, el hijo o hija que fuimos y que de algún modo llevamos dentro, despierta, pudiendo manifestarse en forma de necesidades, emociones y dinámicas de relación propias de aquella edad, ocasionado cierta confusión cuando aparecen en aquellas situaciones que nos demandan una gestión adulta y lúcida en nuestro quehacer como padres.
Uno puede preguntarse: ¿Realmente guardamos una memoria emocional de nuestra experiencia como bebe, niño o niña? ¿Pueden manifestarse aquellas sensaciones o emociones de entonces distorsionando nuestra percepción del presente? ¿la atmósfera emocional que me rodeó entonces, puede estar afectando en mis relaciones en la actualidad? ¿de qué forma, después de tantos años? ¿el pasado, pasado está?
Hoy en día, la investigación clínica y científica, nos acerca a entender de qué forma quedan impresas en el ser humano las experiencias prenatales, perinatales e infantiles, y cómo pueden llegar a influirnos a lo largo de nuestra vida sumando o restándole libertad y bienestar. La epigenética va más allá y llega a señalar cómo la persona puede tener registro inconsciente de aquello que no ha vivido en persona, pero si vivieron sus padres o antepasados, afectándole en su vida y sus decisiones.
Llegados a este punto, resulta comprensible que en un mismo escenario podamos llegar a encontrarnos las necesidades de sostén y cuidados de nuestro hijo/a, junto a una parte vulnerable o incómoda de nosotros mismos que también necesita atención y sostén.
Ante esto, puede ocurrir que los padres busquemos apoyo allí donde antes lo encontramos: en nuestra pareja, por ejemplo. Sin embargo, los recursos de los que disponíamos antes de ser padres, pueden verse afectados con la llegada del nuevo miembro de la familia, al tiempo que el rango de necesidades se ha visto ampliado.
Digamos que el pastel que antes se repartían dos, ahora hay que repartirlo entre tres o más. A veces aquel en la pareja que antes de la llegada del bebe estaba más disponible para ofrecer apoyo o soluciones, con uno más en la familia, no puede darlas en la misma medida. En ocasiones, los apoyos que llegan de afuera, traen consigo, sin darse cuenta, más carga o necesidad de
atención que recursos. Quizás antes podíamos recuperarnos con la práctica de cierta actividad, y con la llegada del bebe, queda poco tiempo para esta actividad y el apoyo que ofrecía.
Por todo esto, la maternidad y la paternidad, además de propiciar vivencias expansivas como la alegría, la unión, el amor, también puede traer vivencias que nos conflictúan y desequilibran. Pueden traer necesidades propias que no sabemos cómo atender, a veces tan siquiera reconocer.
Todo ello, convierte a esta nueva etapa en una oportunidad para crecer junto a nuestros hij@s y pareja. De alguna forma, dando un lugar en la consciencia a lo aparentemente incomprensible, desplegamos nuestra capacidad para estar más abiertos a la experiencia presente, más libres de condicionamientos pasados; dejamos el pasado en el pasado para poder vivir un presente nuevo.
Con la ayuda adecuada, en ocasiones el apoyo profesional de quien ha experimentado en sí mismo la utilidad del trabajo personal en psicoteraia, se puede ir dando pasos hacia un bienestar que no sólo se dará en uno mismo, sino que reverberará más allá, alcanzando a los seres más queridos y cercanos. Dicho de otra forma: cuidándote a ti, cuidas del otro; cuidando de tu parte más vulnerable, cuidas de todos.
Finalmente, los hijos crecen, y nosotros con ellos al abrimos a este proceso de toma de consciencia que nos irá facilitando el vivir de forma más genuina y libre. Con más recursos y confianza. Y éste quizá, sea uno de los legados más importantes que tengamos para ofrecerles.