Por Carlos Vergara. Terapeuta Counsellor
Los que nos hemos mordido las uñas sabemos lo difícil que es convivir con este hábito, lo desagradable que es escuchar una y otra vez reprimendas del tipo “no te comas las uñas”, exigencias como “¡Deja de morderte las uñas de una vez!” (¡Cómo si fuese tan fácil! ¡Ya nos gustaría hacerlo!), o juicios del estilo “tú te crees que se puede ir con esas manos” o “esas uñas son impresentables”, etc. Mensajes todos ellos poco positivos que merman nuestra autoestima y llevan a la persona a vivir con culpabilidad y vergüenza una realidad que él no ha escogido, a vivir con sus manos escondidas ya sea dentro de las mangas del jersey, en los bolsillos, tras unos guantes o simplemente llevando los puños cerrados.
Lo hemos probado todo. Nos han regañado, golpeado las manos, comparado con nuestros hermanos o amigos, nos han amenazado con castigos, ilusionado con premios, untado las uñas de un líquido de amargo sabor que se ha convertido en un manjar más que tolerable, nos han puesto guantes que llevábamos a todas horas, uñas de porcelana que se han convertido en un entretenimiento más que arrancar con los dientes, esparadrapos, tiritas y más tiritas en todos y cada uno de los dedos … lo han intentado todo pero ningún método tradicional nos ha funcionado.
Es importante partir de la base de que nadie se muerde las uñas por gusto, nadie desea el dolor de tener los dedos en carne viva, el escozor que produce, pasar vergüenza por tener que pedir que nos ayuden a abrir una lata porque no disponemos de uñas que hagan palanca. Ni si quiera es una acción consciente en la mayoría de los casos.
Morderse las uñas es un mecanismo desadaptativo de canalizar la tensión emocional, al igual que lo es morder la parte trasera de un bolígrafo, mover compulsívamente una pierna, andar de un lado para otro sin destino mientras esperamos que nazca un hijo o la llegada de un ser querido, golpear repetidamente un lapicero o los dedos contra la mesa u otros muchos mecanismos que permiten a las personas soltar tensión.
Decimos que es desadaptativo porque al mismo tiempo que nos sirve para estimular o descargar tensión supone una agresión a nuestro cuerpo generadora de malestar, infecciones, problemas dentales, psicológicos y sociales.
Nos mordemos las uñas cuando nuestro nivel de activación emocional se altera, cuando nos sentimos nerviosos, al conectar con miedo de cualquier tipo, al contener la rabia que nos ha producido algún acontecimiento, al refugiarnos ante un sentimiento de culpa o vergüenza, al evocar situaciones más o menos traumáticas, simplemente en momentos de mucha emoción o por aburrimiento, como vía de estimulación de nuestro sistema nervioso.
Sabiendo todo esto, ¿es posible dejar de moderse las uñas?.
Como profesionales de la psicoterapia estamos convencidos de ello: Sí se puede. Dejar de mordese las uñas está al alcance de todos, adultos y niños. Atenderlo en los niños es todavía mas importante por si este hábito esconde otra problemática de mayor importancia.
Desde Lagasca Centro Terapéutico proponemos el acompañamiento terapéutico como la herramienta más eficaz y perdurable para acabar con este hábito. Trabajar directamente con la causa, con el origen del problema y no sólo con el síntoma, con lo visible. En el proceso psicoterapéutico aprenderemos a reconocer nuestras emociones, aceptarlas, identificar las necesidades que se esconden tras ellas, gestionarlas y expresarlas adecuadamente. Al mismo tiempo que acabamos con este hábito tan dañino, iniciaremos un proceso más profundo de maduración y crecimiento personal que dará sus frutos transformando positivamente todas las facetas de nuestra vida, un camino dirigido a establecer relaciones saludables en el ámbito familiar, social y sentimental a la vez que se mejora el rendimiento académico y profesional.
Dejar de morderse las uñas es posible.
Anímate, da el paso, déjate acompañar por un profesional
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Algunos datos de interés sobre la onicofagia (adicción a morder las uñas de forma compulsiva
- Por lo general se inicia en la infancia (un 30%), en la adolescencia alcanza un pico del 45% que se reduce al 25% en los estudiantes universitarios y va disminuyendo con la edad hasta la cifra del 10% en adultos mayores de 35 años.
- Prevalencia similar tanto en la población masculina como femenina
Fuente: Cortés Aguado, E. y Oropeza Tena, R. (2011). Intervención conductual, en un caso de onicofagia. Revista Enseñanza e Investigación en Psicología Vol. 16, Num. 1: 103-113. Enero-junio, 2011