Antes de que asome su pequeña cabecita al mundo y lo cojáis por primera vez en brazos imagináis que la felicidad será absoluta. Lleváis mucho tiempo esperándole y deseáis con todo vuestro corazón que llegue ese momento en el que dejareis de ser dos y pasareis a ser tres. Una familia.
Hasta ese instante todo ha ido bien. Como en todas las parejas, habéis tenido vuestros altibajos, pero siempre lo habéis superado todo porque el amor era fuerte, porque os conocéis de sobra, porque la convivencia, con sus más y sus menos, ha funcionado bien, además, en Lagasca, siempre hemos puesto a vuestro servicio la terapia de pareja online , que os pudiera ayudar en cualquier momento.
Pero de repente vuestro primer hijo llega y su aparición es como una inmensa explosión descontrolada. En el buen sentido, porque el amor es infinito… y también en uno no tan bueno, porque los cambios a veces son difíciles de asumir y aceptar.
Desbordáis felicidad, pero sin daros cuenta vuestros cuerpos, vuestro tiempo y vuestra vida han dejado de perteneceros. Todo es de esa personita minúscula que os hace babear y morir de sueño a partes iguales. La energía que antes podíais compartir como pareja se agota antes de que os dé siquiera tiempo a pensar el uno en el otro, el tiempo que antes podíais decidir pasar haciendo cosas juntos o llevando a cabo vuestras aficiones particulares también ha dejado de existir: ahora es todo para el recién llegado. Y si bien el amor parece flotar en el aire, lo cierto es que la pérdida de identidad y de capacidad de acción supone un aumento del estrés progresivo, constante y agotador. Sois padres: bienvenidos a la respiración profunda y al sacrificio.
Y aquí pueden comenzar los reproches entre el padre y la madre, que a veces están tan cansados que compiten —aunque no lo hubieran hecho nunca antes— por quién se ha sentado menos veces durante el día, por los minutos que han podido dedicar a esa tarea tan importante que hay que hacer hoy sin demora, por cuántos pañales ha cambiado cada uno… y un sinfín de frases que comienzan siendo meras quejas producto del agotamiento y acaban convirtiéndose en puñales afilados, en rencor y en un distanciamiento que puede ir destruyendo, uno a uno, los pilares sobre los que estaba construida la relación.
Parece mentira que algo tan maravilloso como tener un hijo pueda convertir la pareja en un infierno, pero no son pocos los matrimonios o las parejas que se rompen después de un acontecimiento así. De hecho, en 2005 el Instituto Nacional de Estadística comenzó a registrar los divorcios y separaciones según el número de hijos, lo que resulta también muy revelador. Si una pareja inestable decide tener un hijo para arreglar sus diferencias es muy complicado que superen la crisis que esto vaya a generar, pero a veces las parejas más fuertes y consolidadas también sufren al ver temblar su mundo. Y entonces, cuando se constata esta realidad tan dolorosa, ¿sólo queda rendirse o hay salida?
Hay múltiples razones por las cuales una relación se rompe tras la llegada del primer hijo, y quizá una de ellas es que hoy en día se lucha menos por salvar la relación. Las personas somos más egoístas y menos tolerantes en un mundo en el que la libertad individual es tan importante. La llegada de un bebé a casa acentúa las diferencias que ya existían en la pareja, y también visibiliza las relacionadas con la crianza y la educación. Pero, ¿es posible salvar el fuego cuando sólo quedan brasas que poco a poco se enfrían?
Los psicólogos del Centro Lagasca, del barrio del Retiro, estamos convencidos de que sí. Si una vez la pareja fue feliz junta, tras el nacimiento del primer hijo puede seguir igual, o incluso mejorar y crecer. Cada caso es diferente, pero rendirse sin pelear no es justo ni para los padres ni para el hijo. Cuando parece que ya no queda esperanza alguna y han desaparecido las risas para dejar paso únicamente al llanto y al nudo en el estómago, hay que dar el paso y pedir ayuda profesional. Podemos ayudar a las parejas a cambiar su mirada, su lenguaje y sus actos para devolver la felicidad que nunca debió desaparecer del hogar. Intentadlo… no hay nada que merezca más la pena.